A medida que la gran pandemia de 2020 continúa infiltrándose en cada rincón de nuestras vidas, podemos decir que hay un lugar que se ha visto afectado tal vez más que ningún otro: los edificios de oficinas, cuya existencia se cuestiona ahora. Los medios de comunicación a nivel mundial están repletos de titulares como “El fin de la oficina” y “Auge y declive de la oficina”, a medida que las organizaciones se esfuerzan por conciliar la vuelta al trabajo en la oficina con nuevas y estrictas normas de higiene y distanciamiento social.
La pregunta clave no es, por tanto cuándo volveremos a la oficina, sino cómo volveremos a trabajar en los edificios de oficinas. ¿Empezarán a asemejarse los lugares de trabajo pospandemia a esas antiguas oficinas que resultaban tan familiares en los años ochenta en las que los cubículos y la compartimentación eran la norma? ¿Se reducirán significativamente los niveles de ocupación de las oficinas para que los trabajadores que vuelvan consigan mantener una distancia segura entre ellos?
Cuando nos reciban en la mayoría de lugares de trabajo, ¿pasaremos de que nos ofrezcan café, vídeos corporativos y revistas a que nos inviten a usar desinfectantes de manos y mascarillas faciales y nos controlen la temperatura? ¿O subirán las oficinas un nivel para convertirse en unos espacios en su mayoría basados en servicios y en eventos para la formación, la mentoría, las actividades de innovación y las grandes reuniones cara a cara, en lugar de limitarse a albergar el trabajo rutinario diario? En este último escenario, la oficina se reimagina como un catalizador de alta gama para la creatividad y la interacción social, mientras que las tareas más habituales se realizan de forma remota.
Sin embargo, si bien el debate sobre la forma futura del lugar de trabajo tras la COVID-19 puede alargarse indefinidamente, hay un elemento que se ha acordado por unanimidad: la tecnología inteligente desempeñará un papel importante en cualquier escenario de oficina futura.