El año 2020 ha sido un año difícil para las zonas urbanas.
Antes de que la pandemia golpeara, las llamadas “ciudades superestrella” estaban atrayendo nuevo talento y capital. En las economías en desarrollo, la densidad y complejidad de las zonas urbanas actuaban como poderosos estimulantes, e incluso como condiciones previas, para el crecimiento. El éxito económico de China, impulsado por sus amplios grupos de población, solo contribuyó al prestigio de la ciudad.
Pero, de repente, la pandemia convirtió la densidad urbana creadora de tal dinamismo en una espada de doble filo. Como si eso no fuera ya de por sí suficiente desafío, disturbios sociales de muy variada índole están agitando ciudades de todo el mundo, sacando a la luz problemas que llevan mucho tiempo sin resolver.
Si 2020 tiene algo que enseñarnos sobre la ciudad, es que no deberíamos dar nada por sentado. Las zonas urbanas necesitan soluciones prácticas para hacerlas más resilientes y sostenibles, y las necesitan ya.
Aquí es donde entra en escena el concepto de Smart City: un ecosistema urbano digital que adopta la tecnología de la Internet de las Cosas y conecta múltiples sistemas urbanos. Las capacidades de recopilación de datos, análisis y automatización de la IoT impulsan logros en gestión urbana. Los resultados: los gestores y planificadores urbanos cuentan con información más detallada y específica, aumenta la resiliencia, se reducen los costes municipales y mejora la calidad de vida para los ciudadanos en general.
Las Smart Cities están mejor equipadas para resistir las tensiones a las que se ven sometidas cada vez más las áreas urbanas. Tensiones como el cambio climático, el aumento del nivel de los mares, la escasez de recursos y la desigualdad social. La historia reciente ha añadido crisis de la sanidad pública, recesiones económicas y otros elementos a la lista.