Trabajar hacia un mundo sin carbono es un imperativo, y es algo para lo que todos los seres humanos razonables deberíamos unirnos, ¿verdad?
Llevar a cabo en ciudades propuestas que reducen las emisiones de carbono también debe ser imperativo pero puede encerrar obstáculos. A veces, los esfuerzos se estancan por la colaboración entre diferentes administraciones o partes interesadas, que pueden tener sus propias agendas y formas distintas de hacer las cosas.
- Por una parte están las consideraciones políticas que a veces chocan con el consenso científico.
- Por otra el hecho de que las iniciativas de desarrollo sostenible pueden alargarse en el tiempo lo que implica que pueda existir un cambio de gobierno o funcionariado distinto cuando llegue el momento de ejecutarlas.
El rechazo de un alcalde a una iniciativa verde en respuesta a la presión de los ciudadanos que temen que pueda afectar sus intereses económicos o de privacidad puede ser frustrante, pero también es así cómo funciona la democracia representativa.
Y así pueden pasar años…
Entonces:
“¿Cómo asegurarse de que las iniciativas y decisiones sobre estos temas sucedan? ¿Cómo conseguir que sigan siendo apoyadas una vez estén en marcha independientemente del gobierno que haya?”
Dada la complicada red de intereses que entra en juego en cualquier gran iniciativa pública, puede que no haya una sola manera de hacer las cosas ni una respuesta absoluta.
Para ilustrar de lo que estamos hablando aquí tienes tres proyectos que alcanzaron el éxito en su implementación en las ciudades. Tres ejemplos de Smart Cities que lograron hacer realidad las ideas planteadas y en contraposición el por qué proyectos similares no consiguieron los mismos resultados.