Tomar, usar y tirar: estos son los tres verbos que definen la llamada “economía lineal".
La economía en la que todos nosotros funcionamos ahora. Grosso modo, se trata de una economía con un uso intensivo de recursos en la que el terminal de entrada del proceso se abastece de materias primas, que se transforman, mediante técnicas de producción masiva, en la miríada de artículos que consumimos. Al final de la cadena, el sistema expulsa al medio ambiente los materiales de desecho del proceso.
Las virtudes de la economía lineal quedan fuera de toda discusión. Nadie puede negar su poder para generar riqueza, por ejemplo. Pero, por otro lado, puede suponer un derroche de recursos y alterar los ecosistemas con los que entra en contacto. Así, durante las últimas décadas, algunos teóricos han empezado a pensar si hay un mejor modo de hacer las cosas desde el punto de vista de la economía, un modo que nos permita hacer negocios de una forma incluso más eficaz de como los venimos haciendo, a la vez que hacemos lo correcto con el medio ambiente.
Aquí entra la idea de la economía circular. Se trata de una economía “restaurativa" que reintegra los productos de desecho al ciclo, bien como materias primas, bien como nutrientes que enriquecen el entorno. Si el paradigma de la economía lineal lo conforman los verbos tomar-usar-tirar, la economía circular funciona de acuerdo con cuatro verbos diferentes: mantener, reutilizar, refabricar y reciclar. Reciclar es, de hecho, un último recurso en la economía circular. Cuando el círculo funciona de manera eficaz, reintegrando los productos derivados como nuevas incorporaciones en la parte alta del ciclo, no debería haber nada que reciclar.
Lejos de dañar el medio ambiente, la economía circular genera y regenera, apuntalando su buen estado de salud general. En la máxima medida posible, los activos de la economía circular se diseñan para volver al ciclo de producción en lugar de para tirarse. Suelen ser modulares, por ejemplo, y en consecuencia, fáciles de desmontar y reparar. Se emplean materiales biodegradables tanto como resulta posible.
Es fácil ver dónde puede la IoT desempeñar una función a la hora de hacer posible la economía circular. Los sensores IoT pueden supervisar el funcionamiento de activos industriales (o de cualquier otro tipo), recopilando datos detallados del estado de estos con idea de facilitar su mantenimiento a largo plazo y ampliar así la vida útil de las máquinas. Los análisis de datos habilitados para IoT pueden maximizar el uso de activos, apagando máquinas o cambiando de unas a otras con un nivel de precisión imposible hasta la fecha y garantizando, de nuevo, una mayor vida útil de los equipos.
En explotaciones agrícolas y ganaderas, los sensores y los algoritmos encargados del cálculo de datos a los que los sensores envían la información pueden indicar con precisión el momento óptimo de fertilizar un campo, permitiendo a los agricultores aplicar productos químicos agrícolas con el menor desperdicio posible.
La IoT también promueve el cambio a una economía de usuarios en lugar de consumidores. Hoy en día, por ejemplo, un edificio no tiene por qué comprar su propio sistema de iluminación. Ahora, puede simplemente “alquilar" iluminación como servicio. Por una cuota recurrente, el proveedor, que mantiene el control del hardware de iluminación, garantiza el suministro de luz. La gestión del edificio queda relevada de la necesidad de poseer equipos de iluminación que, con el tiempo, quedarán obsoletos. El proveedor, por su parte, cuenta con todos los incentivos económicos en este plan de “pago por luz" para mantener el sistema de iluminación en funcionamiento durante todo el tiempo y con la mayor eficiencia posibles.